Mucho se ha hablado de nuestras guerras marruecas, mucha tinta se ha gastado relatando nuestros grandes triunfos sobre «el moro»; también se ha gastado mucha relatando nuestros grandes desastres: Barranco del Lobo, Annual, Igueriben, y tantos otros que nuestra historia ha preferido dejar casi en el olvido. Se ha escrito mucho de nuestros grandes triunfos en Marruecos, triunfos que hay que poner entre comillas si tenemos en cuenta el potencial de nuestro enemigo, que basaba siempre su lucha en la defensa de un territorio que realmente era suyo, y no de los políticos europeos que se encargaron de repartírselo «para protegerlos» Pero no es este el motivo de estas páginas, volver a más y más de lo ya escrito y estudiado en tantas y tantas obras. Es muy poco lo tratado sobre la más moderna arma de la época, la aviación, pese a ser un elemento decisivo para el triunfo definitivo de nuestras tropas en las muchas y duras campañas bélicas desde 1909 a 1927. A ellas se les dan un repaso, pero centramos la mirada en la actuación de nuestra aviación desde la primitiva aerostación, con aquellos globos prisioneros que llamaron «ojos de Marina», y aquellos aparatos voladores llamadas aeroplanos, fabricados con madera y lona, capaces de lanzar bombas de hasta diez kilogramos. Recordemos con orgullo aquellas máquinas y aquellos hombres capaces de hacerlas volar, despreciando el riego tanto de elevarse como de ponerse a tiro de mosquetón del enemigo, que tantas bajas causó. Vaya por delante mi reconocimiento y homenaje.